Fiona Cammarota (Buenos Aires, 1998) hace de la multiplicidad de técnicas una poderosa herramienta expresiva y expansiva. Presenta dieciséis obras hiladas en secuencias narrativas comprendidas por xilografías, aguatintas y dibujos en su formato tradicional y digital. Experiencia Iniciática revela por primera vez piezas cargadas de un encanto no sólo poético, sino introspectivo. Efectivamente, ese encanto, o encantamiento, introduce lo fantástico mediante estrategias simbolistas, surrealistas y metafísicas. Es por esto que aquí lo inverosímil es posible y se impone con un vigor absolutamente estremecedor.
Los lazos de Safo (2019) inicia una serie de xilografías que nos sumergen en un mundo interno, semiconsciente quizás, rico en impulsos pero plagado de una insatisfacción respecto del tiempo presente y la vulnerabilidad ante los cambios constantes. Esta obra marca un posible origen y, a la vez, es una anticipación de Yerta, tiesa y abatida I (2020) y Yerta, tiesa y abatida II (2021). Más adelante veremos que ésta serie cierra con Eminencia (2021). Todas narran claramente los episodios de un encuentro sugestivamente erótico entre paisaje y mujer. El comienzo de la saga se funda sobre la referencia a un personaje femenino y casi mítico: Safo, voz y pedagoga de la antigüedad clásica, cuya obra, embelesada por la naturaleza, se centra en las temáticas del deseo y las vicisitudes del amor. El grabado de Cammarota fue inspirado por los relatos sobre la vida de la poetisa y sus discípulas y amantes, así como también por viejas fotografías de desnudos femeninos de los años veinte. Con estos elementos emplazados en el espacio natural, la artista reflexiona sobre cómo el juego, la admiración, el erotismo y el género, participan de las diversas relaciones que se entablan en su propia actualidad.
Por su parte, Deshilando pensamientos (2019) podría establecerse como otra obra seminal en la que alude al expresionismo del austríaco Egon Schiele. Una aguatinta que alerta sobre un estado de ánimo de forma cruda: un cuerpo desnudo se erige desde las entrañas de la tierra rompiendo enredaderas. Sus ojos están vendados y su cabeza levemente inclinada hacia abajo en una actitud sufriente. Mientras el corazón es atravesado por un enorme brazo que lo corrompe estrepitosamente desde el fuera de campo, por encima otra gran mano sujeta la punta de un hilo que de a poco desintegrará esa gasa que cubre los ojos. Es un instante de registro del inconsciente, sus pensamientos penden de esa fina hebra de hilo. Se trata de la conjunción del tormento físico y psíquico, tal como lo hacía Schiele en sus autorretratos en los que el lenguaje corporal, las poses antinaturales, los ojos desorbitados y las manos deformes servían como vía de exageración para expresar emociones, sensualidad y erotismo. No obstante, una inquietante belleza prevalece.
En los dibujos Círculo vicioso (2020) y Destino circular (2021) aparece un cuerpo, el mismo cuerpo desnudo, pero esta vez en caída libre constante, sin conseguir un punto de apoyo. Se pone en jaque la levedad del ser en dos situaciones impregnadas por la inestabilidad latente de la actividad onírica. De todas maneras, este cuerpo seriado o múltiple se ubica en espacios interiores, habitaciones, que llevan a esas arquitecturas que Dalí solía diseñar en sus pinturas. También encierran y agobian a los personajes que, probablemente, sea uno solo pero que atraviesa un proceso de desdoblamiento psíquico. Son claras las influencias de Remedios Varo y René Magritte en la construcción de éstos contextos inusuales en los que se produce la intromisión del exterior en el interior que tiene por propósito descomprimir la sensación claustrofóbica. Además, la percepción del paso del tiempo envolvente y circular es crucial ya que no es mensurable por lo que tampoco poseemos referencia de la ubicación temporal. Estamos atrapados con el personaje en ese receptáculo que no para de agitarse en un movimiento completamente falso. De esta forma, la iteración de un mismo momento del inconsciente comienza a tomar forma y convierte lo intangible en tangible.
Un gran grupo de nueve dibujos, algunos realizados a mano y otros digitalmente, exploran una diversidad de estadios y sensaciones signados en dos colores predominantes, azul y rojo, con sus diversas gamas muy marcadas. Este giro cromático introduce otro rasgo fantástico que refuerza la inverosimilitud de lo que plantea Cammarota. Los escenarios casi idílicos están repletos de la belleza vital de la naturaleza. Se detiene en lo pequeño y lo aparentemente insignificante que nos rodea. Existe una fusión entre cuerpo y paisaje en un mundo paralelo, sobrenatural y asombroso. Predomina la soledad en la que lo único que importa es la existencia en estado puro. Podríamos estar presenciando el momento de la génesis de la creación en la que el hombre, la mujer, o el ser aparecen como especie desde y por las transformaciones de los organismos y sustancias que nos integran.
Yerta, tiesa y abatida (2020) y Refugio (2020) retoman la imaginería de las xilografías mediante la sensualidad del dibujo. Un cuerpo femenino enraizado al árbol que la asfixia o la ampara, le da vida, la engendra o, tal vez se la quita para nutrirse de ella. Sin dejarse encandilar, caminar en el abismo (2021) presenta una mujer más definida, renacida pero adulta, ya sin mostrar la desnudez, y que se adueña del bosque. Hay un gesto imperativo, una postura distinta, una sensación de poder y seguridad inéditos.
Otra instancia del recorrido está integrado por cuatro obras que vuelven sobre posibles pulsiones ya manifestadas: Las Chicas (2020), Venus (2020), Tacto (2020) y Sueños de Cuarentena (2020). Cammarota transpone en el dibujo aquello que imagina, o el sueño, o la sinrazón. Secuencias reales y ficticias, evocaciones que, en cualquier caso, le permiten ensayar su estilo. Estas asociaciones libres, por llamarlas de algún modo, son desprendimientos experimentales de todas las series que estamos analizando y que no necesariamente encajan o siguen un orden pre establecido porque justamente predomina lo azaroso.
En Renacimiento (2021) una mujer se halla encarnada en una flor de pétalos serpenteantes que cobran un dinamismo ilusorio. Aparentemente dormida, posee un rostro hierático que trae al presente el ideal de belleza clásico que, al mismo tiempo, nos remite a la hermosura primigenia de Medusa, aunque acá no esté siendo concretamente aludida.
Por su parte, El Peso de Todos mis Miedos (2021) es la máxima expresión de lo recurrente en Cammarota: la mujer, ya no más niña, se encuentra envuelta en las raíces de un gran árbol siendo una con su entorno. Puede significar la culminación de la serie pero, a la vez, desde el título expone la autoreferencialidad. Entonces, ese árbol que en otras obras se configura como un refugio, un lugar de amparo y protección, aquí se determina como una morada permanente a la que retorna en busca de sosiego.
Por último, Eminencia (2021) es una xilografía que se impone por sobre el resto. Asocia todas las indagaciones. Une todos los caminos. Es en extremo simbolista. Aquí se pronuncia definitivamente ese personaje fantástico que vimos nacer y transformarse, y que amalgama mujer y naturaleza. Solo que ahora está ubicada en lo alto y completamente revestida por tejidos vegetales. Se yergue altiva y plena como una heroína, una semidiosa, un ser mitológico de los que Cammarota suele asirse para narrar sus historias. Al ser un fin o una conclusión, la mujer domina el paisaje, se muestra no debajo sino por encima del árbol, denota un cambio de actitud, un crecimiento, un empoderamiento placentero, eso que nada más y nada menos denominamos libertad.
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