Por favor, no me pidas que te explique lo que está frente a tus ojos. Andemos en silencio por un rato.
No quiero interrumpir, pero ¿es una galaxia perdida? O es líquido, vidrio, ¿o aceite?
Luz. Cosmos. Líquido. Un universo por ahí. Otro más allá. ¿Es esto posible? Parece que sí.
Vamos a la velocidad de la luz. Literal. Vamos tan rápido que las palabras quedan atrás. Los significantes se liberan de las ataduras del sentido. Qué alivio, no hay mucho más que hacer. Respirar profundo, soltar la mirada y dejarnos llevar a través del cosmos. De un cosmos muy cercano.
Cada una de las composiciones de Diego González Táboas tiene una belleza única. También son un portal. Invitan a mirar, descubrir mundos y sus particulares atmósferas hechas de luz, materia y el ojo del fotógrafo.
Veamos. Sobre lo líquido, oleoso o cristalino, la luz se hace rayo, centella, o revela sus colores en mil piruetas. No lo hace sin la oscuridad, en la que quizás oculta como lo haría un hada. Pero en lo azaroso de sus juegos, brillos y destellos, formas insignificantes, cotidianas, inmediatas, son llevadas a otra dimensión.
Volvamos a ver. El registro fotográfico, la huella de realidad vira en algún lugar imperceptible y la imagen se transforma. La materialidad de la cosa en la imagen se vuelve esquiva, misteriosa. Dos realidades para el ojo que elige, con las que juega.
Es ahí, con un pie en cada lado de estas realidades, el lugar justo donde encontramos a Diego González Táboas con su cámara. Capturando. Invitando al viaje.
Dentro del arte de la fotografía viven los modos de contemplar. Nuestro fotógrafo domina con destreza técnica su visión fotográfica, donde entrelaza al fenómeno físico de la luz y la materia con su maravilla. Son tomas concretas, son mágicas.
Táboas indaga en lo que ve. No hay trucos. Aclara: “La toma es directa, es foto lineal. Disparo directo. No es técnica fotográfica macro. Son fotos cercanas”. A través del encuadre estructura la imagen. Trabaja con las tensiones entre formas, transparencias y luces. Los ajustes pueden ser de reencuadre, nitidez, balance. Preciso, detallista y minucioso.
Descubre y crea señalando el misterio en lo insignificante. En sus palabras:
“Determinada luz, determinada situación estética, atmósferas estéticas dentro de un contexto cotidiano (…) Dentro de eso, ¿qué se ve? (…) No busco significantes. Es una forma particular de ver (…) la luz de cada día (…) un momento especial que quisiera transmitir (…) Exploración visual, gozo visual, trabajo de las formas, las luces, sus tensiones (…) De lo concreto – la materia, el registro de la luz – a una fuga.”
Ejercicio directo del ojo sobre la toma fotográfica. Y una diferencia sustancial con la fotografía macro: la proximidad. “Son fotos cercanas”, dice el autor. Esto lo separa de la mirada científica, intrusiva, que hace uso de aparatos técnicos a fin de descubrir más. No. Aquí una mirada dinámica, observadora, pero que se detiene. Se detiene para dar lugar a otro misterio, el del prodigio, la maravilla. Un pequeño universo se encuentra, se captura y se ficciona a un tiempo en el disparo directo.
La visión es llamada por la luz. Merleau-Ponty (1966) intuye el poder de la luz como causa de visión. Extrae del campo de la visión la visura, anterior a la visión del ojo, un “ver” invisible al que se está supeditado de manera originaria 3. Así, de manera particular el arte crea sus objetos, no materiales, sino del orden de lo que el sujeto entre sueña y realiza, según lo que para él brilla o le atrae, lo que desea.
Fluimos de una imagen a la otra. Fluimos también dentro de una misma imagen. Y sin tener que explicarnos todo lo que vemos, vale la pena quedarse un rato en cada una. Contemplar lo que vemos, en lo que vemos, necesita del tiempo de tramar el lazo con la imagen. ¿Hay un plan mejor que descubrir un nuevo universo?
Contemplar es el concepto clave que vuelve una y otra vez cuando uno está ante la obra de Diego González Táboas.
María Ladrón de Guevara –Curadora –
@marialadronde
Nace en Buenos Aires en 1975. Pero pocos años después la familia se traslada a la Patagonia, a la ciudad de Trelew, Chubut, donde su padre Eduardo Ge/Táboas (1950-2012) emplaza el laboratorio donde desarrolla su obra fotográfica. Desde muy temprana edad, Diego se convierte en ayudante continuo y activo aprendiz, no sólo respecto de las técnicas, sino de las cuestiones de la composición fotográfica. De primera mano, escucha atentamente las conversaciones de los fotógrafos más destacados de la generación de los ’80 de la fotografía argentina. En 1994 se muda a la ciudad de Córdoba para estudiar Cine y Tv en la Universidad Nacional de Córdoba. Trabaja en la actividad comercial y entre 2001 y 2004 estudia marketing (Instituto IES21). En 2007 deja un puesto gerencial full time para dedicarse a la fotografía. Además, comienza a experimentar en formato digital con paisajes, tomas urbanas, abstracciones y reflejos. Estudia a los fotógrafos de generaciones anteriores y posteriores a la de sus primeras referencias. Profesionalmente en 2012 realiza coberturas de prensa e institucionales. En 2013 conforma Táboas Bianciotto Fotografías -junto a la fotógrafa Georgina Bianciotto-, estudio que se dedica sobre todo, a la fotografía documental de bodas. En todos estos años, trabaja continuamente de forma autodidacta para desarrollar conceptos visuales propios. Entre 2014 y 2015 conforma las series Universos de cocina (Compuesta por Universos I, II, III, VI y V) con la técnica de fotografía directa. Actualmente su trabajo artístico continúa abarcando paisajes y las inquietudes sobre las abstracciones y reflejos, tanto en la naturaleza, como en universos más interiores, como en la presente muestra. Vive y trabaja en Río Ceballos, Córdoba.
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